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Trump encona la lucha entre Estados Unidos y China por la hegemonía mundial

La Casa Blanca empuja la rivalidad hacia territorio desconocido al precipitar el desacople económico de las dos potencias y la erosión de las alianzas de Washington

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Las claves de la decisión arancelaria de Trump sobre productos tecnológicos
El presidente Donald Trump habla con los periodistas a bordo del Air Force One de camino al Aeropuerto Internacional de Palm Beach, Florida, el 11 de abril.Foto: Associated Press/LaPresse (APN) | Vídeo: EPV
Andrea Rizzi

La lucha entre Estados Unidos y China por la hegemonía mundial ha entrado en territorio desconocido. Durante las últimas décadas, el creciente pulso entre las dos potencias estuvo enmarcado en una relación de profunda interconexión económica que atenuaba los riesgos de la rivalidad y en un contexto de alianzas favorable a Washington. La acción de Donald Trump está alterando radicalmente ambos planos, proyectando la competición hacia otro paradigma, en medio de una fuerte inestabilidad y nuevos peligros.

En el primer plano, la gigantesca ofensiva arancelaria lanzada por Trump espolea un abrupto desacople de las dos economías, que intercambian bienes por un valor anual de casi 600.000 millones de dólares y servicios por otros casi 70.000, construyendo un inmenso entramado de intereses compartidos que constituía un fortísimo elemento de contención de riesgos y ha sido el gran elemento diferenciador de esta rivalidad con la de la Guerra Fría.

En el segundo, la acción de la Casa Blanca está sembrando el germen de la desconfianza, incluso de la indignación, en muchos aliados tradicionales de EE UU. Este contexto cambia el cálculo estratégico de varios de ellos, en Europa y Asia, y desdibuja las posibilidades de que estos aliados estén dispuestos a hacer seguidismo de Washington en su campaña de contención de Pekín. Los movimientos de la UE ejemplifican la determinación de buscar caminos propios en una creciente autonomía estratégica, o hasta independencia, según el vocablo utilizado por el futuro canciller alemán, Friedrich Merz.

Así, tanto la relación bilateral como el contexto internacional de la gran competición de potencias del siglo XXI atraviesan una fase de turbulenta evolución. Una cuyas consecuencias afectan por supuesto al conjunto del mundo, en múltiples planos.

El núcleo central de la cuestión es evidente. Rafael Dezcallar, que ha sido embajador de España en China entre 2018 y 2024, resume así su esencia y alcance: “Estados Unidos trata de contener el ascenso de China y China trata de hacer todo lo que está en su mano para evitar que Estados Unidos tenga éxito en ese intento. La rivalidad estructural es inevitable. La cuestión es cómo va a desarrollarse en sus diferentes planos: político, militar, comercial, económico, tecnológico y también ideológico”, dice Dezcallar, autor de El ascenso de China (Deusto), un libro que aborda con detenimiento, entre otras cosas, la competición entre Washington y Pekín.

Y esa cuestión no se perfila como tranquilizadora tras las acciones de Trump. Los expertos consultados coinciden en que el acople económico era un importante factor de contención, y su disolución desestabiliza la competición de potencias.

“El distanciamiento económico entre ambos no ha empezado ahora. No es algo que haya iniciado Trump. Pero, al menos de momento, Trump lo está claramente acelerando. Parece que nos adentramos en una fea guerra económica. ¿Significa esto que entramos en una fase más peligrosa de la relación entre EE UU y China? Creo que sí”, dice Robin Niblett, miembro distinguido del centro de estudios Chatham House —del que fue director— y autor de La nueva Guerra Fría (RBA).

“En la medida en la que siga avanzando el desacoplamiento, también la situación se hará más inestable porque los intereses compartidos que eran un freno irán desapareciendo”, coincide Dezcallar.

Ambos expertos añaden elementos de cautela. Los vínculos no desaparecen del todo de repente; son posibles giros políticos que atenúen la dinámica actual de choque total —y, de hecho, Trump da crecientes muestras de querer buscar acuerdos y, según Dezcallar, también China lo quiere aunque nunca con una negociación que pueda parecer una claudicación—; y, en todo caso, como apunta Niblett, podrían aparecer diferentes formas de imbricación económica a través de países terceros, menos evidentes y sólidas que las directas, pero no deleznables, dentro de un nuevo paradigma de globalización.

No obstante, incluso en el mejor de los escenarios, la actual escalada representa una ruptura política que marca un antes y un después. Parece evidente que, después de un desgarro tan aparatoso, no podrá quedar ningún resquicio de confianza y ambos países procederán a acelerar todas las labores necesarias para reducir al máximo su dependencia del otro. El camino podrá ser más o menos abrupto, pero la relación entra de forma decisiva en una fase diferente. Tras años de reconfiguración relativamente contenida, ahora hay un enorme incentivo político para proceder a máxima velocidad a un profundo reajuste.

“Yo no creo que vayamos a pasar a una fase de conflicto bélico, seguiremos más bien en una dinámica de competencia, pero sin duda este giro genera más tensión. Creo que de alguna manera es una demostración de la debilidad de EE UU, de su desesperación. Durante más de dos décadas ha intentado cambiar la política macroeconómica de China, y no lo está logrando. El yuan, por ejemplo, se ha devaluado un 17% en los últimos años, algo muy llamativo en un país que ha tenido superávits históricos”, dice Miguel Otero, investigador principal del Real Instituto Elcano, que estudia, entre otras áreas, el triángulo de poder entre China, EE UU y Europa, con especial atención al área monetaria.

Otero señala que, a diferencia de los años ochenta, cuando EE UU logró contener riesgos de competencia económica por parte de países como Japón o Alemania occidental aprovechando la sensibilidad de estos en cuanto receptores de protección militar —y forzando un ajuste de los tipos de cambio con el acuerdo de Nueva York en 1985—, ahora Washington carece de las palancas necesarias para ganar el pulso a China.

El balance de fuerza subyacente a la batalla que se encona es un retrato complejo. Estados Unidos mantiene un PIB superior al de China, y la ralentización de la economía china de los últimos años ha alejado la perspectiva de un sorpasso. Pero si se considera el PIB a paridad de poder adquisitivo, una relevante en la medida en que aclara la capacidad de hacer y producir cosas a escala nacional, el adelanto ya se ha materializado. Washington retiene ventaja en el ámbito militar y el empuje de extraordinarias empresas tecnológicas. Pero Pekín ha dado señales, a veces sorpresivas, de su gran capacidad de progreso, tanto en lo militar —por ejemplo, en el sector de las armas hipersónicas— como en lo tecnológico —por ejemplo, con el modelo de IA DeepSeek—. En conjunto, no cabe duda de que tiene la inmensa fuerza tractora de un país con una capacidad productiva descomunal.

La Administración Biden intentó contener el ascenso de China restringiendo su acceso a ciertas tecnologías de vanguardia y estrechando filas con sus aliados en ese objetivo. Un ejemplo evidente es el acuerdo de importantes empresas de los Países Bajos o Japón para restringir el acceso chino a semiconductores de máxima capacidad. Para ello, Biden se esforzó en fortalecer la red de alianzas, con un fuerte apoyo a Europa ante la agresión de Rusia, y con múltiples iniciativas en la región Asia/Pacífico. Esperaba con ese apoyo y compromiso granjearse la gratitud —y la dependencia— de los socios, de forma que habría facilitado su disposición a respaldar la acción de contención.

La aparición de la china DeepSeek ha cuestionado la eficacia de esa estrategia. Y, ahora, las políticas de Trump están desatando una generalizada ola de desconfianza hacia Washington entre sus aliados históricos.

Mikko Huotari, director ejecutivo del Instituto Mercator para Estudios sobre China, señala la paradoja del momento: “Tal vez nunca hubo un momento tan propicio para una política conjunta de aranceles hacia China por parte de G7 y UE. Pero tal vez nunca hubo una situación de tanta desconfianza entre EE UU y sus socios. EE UU no aparece como un actor fiable, y la única palanca de la que dispone es el poder bruto y la coerción”, dice.

El tono de la visita a Pekín del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, encarna de forma evidente la realidad de que difícilmente Washington podrá contar con un dócil seguidismo de sus tradicionales socios europeos.

Naturalmente, no se trata de un cambio del blanco al negro. Es un giro matizado. Los europeos siguen teniendo un interés en que EE UU no quite de forma abrupta su paraguas de seguridad. Los aliados de Asia-Pacífico lo tienen de forma aun más acentuada de cara al desafío chino. Pero el cálculo de todos es reducir su dependencia de EE UU cuanto antes, lo que reducirá las palancas de influencia de Washington.

No cabe duda de que la guerra arancelaria puede infligir daños enormes a China, una nación cuya economía se apoya de forma descomunal en las exportaciones, mientras tiene un consumo interno deprimido. Si Washington es quien libra la ofensiva, otros sin duda se cuidarán de evitar que China redirija hacia sus mercados los excedentes, inundándolos. La UE ya ha enviado claras señales en ese sentido. Esta es una situación compleja para un país con dificultades demográficas, con una burbuja inmobiliaria estallada y todavía no digerida y otros problemas.

No obstante, las armas en su poder inducen a muchos expertos a pensar que el conflicto lanzado por Trump puede acarrear una ventaja comparativa para Pekín. No solo EE UU puede sufrir una llamarada inflacionista, desabastecimiento de productos y componentes y una caída de competitividad como consecuencia directa de su guerra arancelaria. Pekín dispone de armas letales en su poder en múltiples planos, que inducen a varios expertos a considerar que cuenta con lo que en jerga se define como “dominio de la escalada”, es decir, una capacidad de control del pulso.

Esto es así por varios motivos, siendo tal vez el central el hecho de que, si bien China sufrirá un daño económico enorme si la guerra arancelaria sigue, EE UU puede a su vez verse desabastecido de productos esenciales que no tiene capacidad de producir internamente o hallar en otros sitios a corto plazo. El riesgo de ese cortocircuito es enorme. El recule de Trump en la aplicación de aranceles en un amplio abanico de productos tecnológicos anunciado ayer es tal vez un síntoma de las dificultades de EEUU para sostener su ofensiva.

“Creo que la guerra comercial que ha planteado Trump y la forma en la que la ha planteado es un error muy grave. Si el pulso se prolonga, hay un riesgo de que China recurra a los elementos de presión que tiene ante Estados Unidos; por ejemplo, el control casi monopolístico de las tierras raras o su posición como importante tenedor de deuda norteamericana en China”, señala Dezcallar.

Aparecen ahí dos elementos de debilidad estadounidense. El primero es el contexto de las materias primas estratégicas, en el que China tiene una fuerte posición de dominación, a la luz de la cual hay que ver el interés desinhibido de Trump por los recursos de Groenlandia o Ucrania. El segundo son los temblores en el mercado de la deuda. EE UU es un país muy endeudado. Una subida de los tipos de interés de su deuda puede tener un coste enorme, y la alternativa del default (impago) supondría minar su posición central, su poder, en el sector financiero.

Pero hay otras razones por las cuales China tal vez tenga el dominio de la escalada.

“Esta no es una batalla que se gana, sino una en la que hay que medir quién pierde menos. Y ese es un juego que Pekín puede jugar bastante bien. Esto tiene a que ver con los sistemas políticos. EE UU se está tornando más autoritario, pero tiene importantes fuerzas internas difíciles de controlar. China está mejor posicionada. No significa que el sufrimiento neto sea inferior, pero hay probablemente una mayor capacidad de soportar la presión”, dice Huotari. China es una sociedad con 1.400 millones de habitantes sometida a un férreo y creciente control por parte de las autoridades del régimen.

El caos y el sufrimiento vinculados a la escalada pueden, por otra parte, ir acelerando el mencionado deterioro del activo de las alianzas. “Parece plausible que EE UU vaya perdiendo la escala de sus alianzas y relaciones globales. Y, si eso se confirma, será una victoria para China”, apunta Huotari.

“EE UU ha sido algo único como gran potencia en términos de comprometerse con alianzas. Decidió proteger sus intereses invirtiendo en alianzas. Ahora tenemos un cambio enorme. Una administración que cuestiona esa premisa, que cree que las alianzas son un peso”, remarca Niblett. “No obstante”, prosigue, “ese cambio debe ser interpretado a la luz de dos consideraciones”. “La primera es que esa es una posición extrema, y no es compartida por muchos, incluido el establishment republicano. No debemos descartar la idea de que, dentro de cinco años, esta dinámica pueda cambiar. La segunda es que China es un país que no cree en alianzas. EEUU perderá influencia y credibilidad, pero soy escéptico acerca de que otros puedan aprovecharse, sacar de ellos una ventaja significativa”, afirma Niblett.

Dezcallar coincide en señalar que hay límites a la capacidad de China de aprovecharse del vacío, señalando tanto que es impensable una alianza con Europa —por la diferencia de valores— como por la permanencia de un interés estructural de las democracias asiáticas en tener una relación con Washington como contrapeso al gigante que tienen a lado. No obstante, sí cree que hay oportunidades de avances para Pekín. “Estoy convencido de que la acción de Washington abre nuevos espacios para China”, asevera, señalando por ejemplo posibilidades de incremento de influencia en el Sur Global, que Trump ya descuidó en su primer mandato.

“Creo que vamos hacia un desacople de las dos potencias que será acompañado por un diseño de esferas de influencia. Unas que no serán geográficas, como en la Guerra Fría, sino que van a ser esferas de influencia mucho más líquidas, más volátiles. Las veremos dentro de las sociedades, con partidarios de un tipo de relación con uno o con otro”, dice Otero.

Para el resto del mundo, esta dinámica de acrecentada tensión incrementa el espacio para sacar partido de la competición entre superpotencias con hábiles juegos de triangulación, intentando obtener concesiones de uno y de otro.

Esa tal vez sea una lógica que intentará cultivar la Rusia de Putin. Aunque no están claras las razones de la actitud blanda de Trump frente a Moscú, algunos creen que se trata de un intento de abrir una brecha en su relación con Pekín. No obstante, la mayoría de expertos consultados cree que una auténtica separación estratégica entre China y Rusia es inconcebible, y que lo único que logra Trump dando oxigeno a Putin es sacarle del rincón de una incómoda dependencia de Pekín. Fuera de ese rincón, seguirá manteniendo una relación estrecha, aunque no sea una alianza formal, con China, intentando obtener mejor posición jugando a dos bandas.

El actual deterioro de las relaciones chino-estadounidenses no tiene por qué implicar de forma automática repercusiones de carácter militar.

Sin embargo, no puede descartarse que el aumento de la tensión en el sector económico produzca una incómoda desestabilización. Taiwán, por supuesto, es el principal punto de fricción.

“La situación es dinámica”, dice Huotari. “Hemos visto un significativo aumento del número, de la calidad y de la intensidad de las maniobras militares chinas alrededor de Taiwán. Es algo masivo, en un ritmo muy, muy frecuente, que conduce a una presencia casi permanente de las fuerzas navales chinas alrededor de Taiwán, lo que reduce los tiempos de reacción para quien quisiera y estuviera en condición de reaccionar. Entonces es un nivel bastante alto de tensión. Mientras, el liderazgo taiwanés ha tomado medidas que han enfadado al lado chino. Así que aquí también hay un deterioro de la situación”, apunta el experto.

“Yo pienso que la pugna comercial es una historia separada de los asuntos militares”, prosigue Huotari. “Pero, en una situación en donde ambas partes están en alerta, basta una gota para que haya una escalada. Así que veo riesgos significativos de un contagio de las tensiones comerciales sobre la más amplia cuestión de la seguridad en la región”, concluye.

Niblett, que por lo general cree que no hay que proyectarse en escenarios apocalípticos, advierte no obstante de que, “cuanto más tiempo pasa, más la cuestión de Taiwán se convierte en un problema, más China se hace militarmente poderosa y mayor es el riesgo de alguna clase de conflicto”.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).
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